Cuento de navidad: no quiero nacer
CUENTO DE NAVIDAD
Esta luna se ha fijado ahí, en el cielo, de una forma un poco extraña. ¡Qué iluminada está la noche! Parece de día. ¿Y el mar? ¡Qué belleza! Como si las olas hubiesen comprendido algo de lo que va a suceder y han hecho cómplice al silencio. Lamen la arena y se retiran casi con respeto. ¿Y estos latidos en el interior de mi vientre? ¿Será la hora de que nazca mi niño? Sí, me han dicho que es niño. No puedo tomar otra decisión. Habíamos esperado durante tanto tiempo esta ocasión que ahora no podemos decir no. Si nos quedamos aquí seguiremos viviendo con estrecheces económicas, entre los escombros, pensando que en cualquier momento una bomba nos destroce el alma, como ya lo ha hecho con mi padre y con mi hermano. Tenemos que seguir adelante. Sí. Es verdad. Me han dicho que la travesía es peligrosa, que esta barca, esta patera, no tiene demasiada estabilidad. Que vamos demasiadas personas, que nuestras vidas, la de mi hijo también, pueden estar en peligro. Pero yo quiero darle una vida nueva, quiero que él pueda dar una vida nueva a tantas personas que lo esperan. Soy consciente de que puede nacer en este viaje. Por eso he tomado precauciones. Estoy preparada para todo. Tengo lo necesario en la bolsa. ¡Ay! Esto es peor. No me puedo creer lo que estoy viendo. Me habían dicho que éramos demasiadas personas las que íbamos a hacer este viaje, pero no pensaba que serían tantas. Bueno, en fin, tendré que coger sitio. Claro, es lo que me esperaba. La gente, en cuanto me ve se hace a un lado y me deja sitio. Bueno, no está mal. Al menos no voy a hacer el trayecto de pie, como esas otras personas que están casi asomadas al mar. Y aquí siento la compañía de Yosef, mi compañero. Me aprieta la mano. Apoya su brazo en mi hombro. Y me siento más segura. Yo pensaba que él, al final, quizá no podría estar a mi lado. El viaje era demasiado caro. Lo teníamos todo planeado, pero no nos llegaba el dinero y él iba a venir cuando se presentase otra ocasión, cuando pudiésemos pagarlo, pero ha podido vender algunas cosas de lo que nos quedaba en la casa estas últimas semanas y ya hemos conseguido el dinero que nos faltaba. Me siento feliz en este vaivén de la barca, a una con el viento y el mar, como si fuésemos una pluma en el firmamento. ¡Qué alta está la Luna! Casi no deja ver las estrellas. Quizá sea una nueva mensajera. ¡Tenemos tanta necesidad de mensajes nuevos, de motivos para vivir con esperanza…! Hemos de aprovechar cada oportunidad que nos brinda la vida para nacer a algo nuevo, a pesar de que alguien diga que hemos realizado una temeridad. Si nos dejásemos dominar por el miedo el mundo no podría avanzar. Pero el miedo es libre. Esa mano que se desliza ahora sobre mi trasero no es la de Yosef. Estoy temblando. No quiero decirle nada a él porque no quiero comprometer. Menos mal, ya la ha quitado. Estamos tantas personas juntas… No podemos ni movernos. Y sé a lo que me expongo, pero no ha habido más remedio que tomar esta decisión. Mira la luna. ¡Qué calma! Es lo que necesita mi alma: un reflejo del cielo, una luz tenue que apacigua, una mirada al espejo de la alegría. Pero se hace tan largo…. ¿Cómo es posible que nos haya sucedido esto? No teníamos demasiadas comodidades en casa, pero vivíamos. Yosef siempre tenía trabajo haciendo chapuzas de carpintería. Yo me sentía cómoda en mi pueblo, con mis amigas, mi familia, la familia de Yosef… ¡Qué hombre! Mírale, ahí, ensimismado en sus pensamientos, pensando en nuestro hijo. Estoy segura de que será niño. Lo llamaremos Joshua. Pero Yosef sabe que este mar que en este momento se encuentra con tanta calma puede alejarse de la luna y echarnos al agua. Nunca he sabido nadar. Y estos chalecos que nos han vendido… No sé. No me fio mucho. ¿Servirán para algo? No puedo imaginarme que estos pocos kilómetros que recorremos para llegar a esa isla griega puedan acabar en tragedia. Tengo ganas de llegar. Esa angustia ha vuelto. ¿Y si nos hundimos? ¿Y si no llegamos? Mira que tengo preparados estos cuatro pañales, la mantita esta tan fina que me regaló mi madre. Es blanca, como los sentimientos que me hacen llorar de emoción y de angustia. ¡Qué lento transcurre el viaje! Nos dijeron que se trataba de unas pocas horas, que se llegaba enseguida, pero ahora que la luna se esconde entre esas nubes parece que el cielo llora también, como mi alma. ¿Qué pasa? ¿Por qué se están peleando en la barca? ¿Es que no son capaces de esperar un poco? Le digo a Yosef que no intervenga y no me hace caso. Es verdad. Tiene una mano de paz. Apacigua. No es la primera vez. Y le hacen caso, y vuelve a mi lado. ¡Menos mal! Pensaba que todo se iba a seguir complicando. ¿Qué me dice? Discuten porque somos muchas personas, porque la barca se está hundiendo, porque si nos movemos nos ponemos en peligro. Y les ha convencido de que si no hacemos ningún tipo de movimiento podremos llegar a la costa. ¿Sí? ¿La costa? ¿Que no falta tanto? ¿Que no nos han engañado? Es verdad. Allí se ve, a lo lejos. ¡Estoy sintiendo movimientos en el vientre…! Todavía me faltan dos meses. No puede ser que vaya a dar a luz ahora. Debo respirar pausadamente, tranquilizarme, recorrer los sueños, pararme en los jardines de mi vida pasada, encontrar motivos de esperanza, rozar con los dedos esos momentos agradables de mi infancia, de mi familia, de los primeros días con Yosef. Sí, los recuerdo. Los llevo aquí dentro. Nadie podrá borrarlos. ¿Por qué nadie habla? Es verdad. Nos estamos hundiendo poquito a poco. ¿Por qué se están mirando con tanta frialdad? ¿Que alguien se tiene que ir al agua para que alcancemos la costa los demás? No es posible. Agárrame fuerte, Yosef, no me mires con ese gesto, que me hundes por dentro. Que apenas hay movimiento en el agua. Que tenemos que salir adelante. Sí, sí, acaríciame la tripita. Así, así, en círculo. Que Joshua note tu cariño. Porque no es hora de tragedias. ¿Y ese niño? ¿Por qué lo tiran al agua? ¿Qué está muerto? ¿En tan pocas horas? ¿Y por qué se tira al mar su padre? ¡No lo consintáis…! Pero los demás lo estaban deseando. Así hay un poco más de espacio, y un peso menos, y una forma de medir el corazón de piedra cuando pensamos en la propia supervivencia. ¿Qué debemos hacer? Por favor, que sigamos así la marcha, suave, lenta, tan cerca de la costa. Sí. Es verdad. Llega un barco. Se acerca. Nos estudia. Y da media vuelta. Se marcha. No me lo puedo creer… ¡Ah, sí, aquel otro parece de la policía! No puedo sentir más alegría. Nos van a ayudar. Esto se está terminando. Así, así. Muchas gracias. Me dejan que sea la primera. Pero Yosef se queda. No le dejan. Pasan las demás mujeres. Y los niños. ¿Por qué dejan a los hombres en la barca? ¡Ay, qué susto! Los están registrando. Son tan pocas nuestras pertenencias… ¡Menos mal! Siento de nuevo la mano cariñosa de Yosef. Seguimos con estos chalecos, pero nos dan mantas. Yo me la envuelvo a la tripa. ¡Qué bien me sienta! Cuando era pequeña nos disfrazábamos con cuatro trapitos y reíamos, reíamos mucho. Luego llegaron las ilusiones de la vida. El futuro nos ilusionaba. Hasta que llegó la guerra, con todas sus lágrimas negras, y rojas. Todavía me tiemblan las manos tras los bombardeos, con tantas carencias. Sin agua, sin electricidad, alimentándonos de cualquier manera. Y así no es posible alimentar a un bebé que quiere vivir. ¡Menos mal que no nos han herido, porque el hospital de mi pueblo fue bombardeado y desapareció. No hay medicinas. Sólo sufrimiento tras las heridas. ¡Esas amputaciones, esas heridas mal curadas…! ¿Por qué todo esto? Bueno, bueno. Parece que llegamos a la costa. Nos recibe la Cruz Roja. No nos ha tratado tan mal la policía. Y ahora supongo que nos ayudarán. Esa ropa seca que necesitamos, esa sopa caliente, esa revisión médica que me han hecho me ha traído paz. Algunos hombres han llorado besando la tierra, en el puerto. Los han tenido que levantar porque parecía que se habían quedado pegados. Pero no sabemos lo que va a pasar ahora. Nadie dice nada. ¡Si estuviesen aquí mi padre y mi hermano…! ¡Cómo los echo en falta en este momento! Nos costó enterrar sus cuerpos, destrozados. No quiero ni volver a pensarlo. Mis recuerdos gratos no pueden ponerse por encima y olvidarlo. De vez en cuando me vienen a la retina y no puedo soportarlo. Vivíamos cuatro familias en la casa, hasta que la destrozaron. Luego tuvimos que tomar la decisión de marchar. Y ahora creo que hemos acertado. Pero ¿qué me pasa? Tantas sensaciones juntas me están alarmando. Siento contracciones. ¿Será posible? No puede ser, aún falta tiempo. No se puede adelantar. No tengas prisa, mi niño, que el mundo está temblando. Las bombas rompen los corazones. Espera, por favor a que se temple un poco el vendaval. Déjanos tiempo para organizarnos aquí, en este albergue que han improvisado. No tiene cortinas como en casa. Estamos muchas personas juntas, pero nos han dejado unas mantas y unas colchonetas, y un techo, sí, un techo, sin el retumbar de las bombas, sin miedo a que algo explote de repente en plena calle. Pero no vengas, amor, no vengas. Sé que vas a darnos una alegría, pero déjanos un poco más de tiempo, para que pongamos algodones en la vida, para que se cure un poco nuestro miedo, para que podamos dejar pasar tu luz sin sobresaltos. Fíjate, ahora la policía está interrogando a todas las personas que hemos venido en la barca. Un niño murió y su padre se quedó con él en el agua. No vengas, por favor, ahora, que es un tiempo que espanta. Pero si insistes, si quieres venir ahora… Es que en la revisión que me han hecho cuando hemos llegado no me han dicho nada. Y tú, cariñito, te habías quedado quieto, observando, pero ahora quieres salir… Sí, sí, Yosef, que llega el niño, que venga un médico. Menos mal. Así, en camilla y todo, me llevan a un hospital. No es todo tan difícil. Y un hospital de verdad, con todos los medios, no como ha quedado la ruina de mi pueblo, que lo bombardearon con gente dentro. Y así tengo menos miedo de que te adelantes. Claro, claro, ha sido una falsa alarma. Y necesito reposo. ¡Qué bien es está aquí! Todo limpio. Con visitas médicas, con la atención de las enfermeras. Sabiendo que estoy controlada… Pero… ¿qué pasa? ¿Por qué se enfada Yosef? ¿Que no tenemos papeles? ¿Que quién va a pagar todo esto? ¡Si no tenemos un centavo! Lo poco que teníamos en mano tuvimos que entregarlo para poder subir a la barca… ¡Así que nos tenemos que marchar…! Bueno, ya me encuentro mejor, y ese niñito se ha enterado de algo de lo que le he dicho y se queda ahí esperando. Quizá ha intuido algo. Eso de los papeles sin arreglar le ha afectado, estoy segura.
Han pasado ya tres meses. ¡Menudos meses más largos…! Hemos ido en barco, nos han llevado en tren, ahora estamos caminando. Yo y mi tripa ya son compañeras. Algo me dice que seguir caminando no me hace daño. Tampoco al niño, que sigue en mi regazo. Ni siquiera me han vuelto a ofrecer un hospital. Nos dan comida de vez en cuando, y la administramos como podemos. Le veo muy triste a Yosef. No hace más que mirarme y me da la impresión de que se le parte el alma. Ya no puede rompérsele el corazón, porque lo tiene roto. He adelgazado mucho y mi tripa llama más la atención. Es verdad que me dejan entrar la primera en todas partes. Pero seguimos caminando y no podemos quedarnos en ningún sitio. Queremos llegar a Alemania, pero esta no es forma de viajar. Nadie nos da explicaciones claras. Que si en un lugar cierran la frontera, Que si en otro nos van a ayudar y, en verdad, nos vuelven a dar ropa limpia y comida. Pero esto no es vida. Y a mí me da que mi niñito se está retrasando demasiado. Con tantas vueltas y revueltas he perdido los pañales y, lo que me parece más grave, es que no me importa. Porque creo que el niño no va a nacer, que no quiere nacer. Se lo estoy explicando a Yosef y sus ojos se llenan de cristales rotos. Lo veo derrumbado. Sólo nos mueve el seguir caminando, un día y otro, con sobresaltos, y con desesperanza. Lo poco que tenemos lo llevamos en bolsas de plástico. Y la poca ilusión por la vida que nos queda dentro es tan escasa que casi ya no necesitamos más cuerpo. Hace meses que no me detengo a ver la luna. Joshua no quiere nacer en un mundo así. Y yo no quiero seguir viviendo.
José Serna Andrés
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Bermellón
Bermellón
REGALO DE NAVIDAD
Me puse a escuchar la nieve. Hacía mucho tiempo que lo deseaba, pero el ruido del despacho que acababa de abandonar no me lo permitía.
Me senté en el suelo. Puse mi oído sobre la nieve. Sentí una sensación extraña, porque no hacía frío. Una luz permanente iluminó toda la calle. Entonces levanté mis ojos hacia el cielo y vi la luna. ¡Qué bella! ¡Seguro que deseaba transmitirme algún mensaje! Ya no podía oir la nieve, pero el reflejo de aquella luz era como un sonido permanente.
No sé cuánto tiempo pude estar así. Cuando me acercaba a casa me di cuenta de que llevaba las manos vacías, sin regalos, y además era ya muy tarde.
Les expliqué lo que había sucedido y decidimos subir al tejado, que también estaba lleno de nieve. ¡Vaya que la escuchamos! ¡Y navegamos en la luz de la luna entre las estrellas! ¡Menuda mensajera!
Desde entonces mi familia es mi mejor regalo. Y lo intercambiamos a la perfección.
Me puse a escuchar la nieve. Hacía mucho tiempo que lo deseaba, pero el ruido del despacho que acababa de abandonar no me lo permitía.
Me senté en el suelo. Puse mi oído sobre la nieve. Sentí una sensación extraña, porque no hacía frío. Una luz permanente iluminó toda la calle. Entonces levanté mis ojos hacia el cielo y vi la luna. ¡Qué bella! ¡Seguro que deseaba transmitirme algún mensaje! Ya no podía oir la nieve, pero el reflejo de aquella luz era como un sonido permanente.
No sé cuánto tiempo pude estar así. Cuando me acercaba a casa me di cuenta de que llevaba las manos vacías, sin regalos, y además era ya muy tarde.
Les expliqué lo que había sucedido y decidimos subir al tejado, que también estaba lleno de nieve. ¡Vaya que la escuchamos! ¡Y navegamos en la luz de la luna entre las estrellas! ¡Menuda mensajera!
Desde entonces mi familia es mi mejor regalo. Y lo intercambiamos a la perfección.