Texto incluido en 'Bilbao, remanso de viajeros'.
Libro editado por Astarloa y preparado por Seve Calleja.
Esa mirada
“Miraba a la mar la vaca/ y a la vaca la mar;/ en la resaca/ la mar reía/ y la vaca la risa no veía” He leído estos versos del “Romancero del destierro” de don Miguel de Unamuno, sentado en un banco de la plaza que lleva su nombre, y me he dado cuenta de que no soy yo quien observa su rostro de bronce, ni soy quien contempla los muros de la antigua estación de Zamudio, o el museo arqueológico vasco. No. Son ellos los que me miran, como mira el mar a la vaca, y me he sobrecogido. No esperaba esa presencia que se hunde en un ferrocarril de cercanías que me ha llevado tantas veces a Derio, o esas raíces que desvelan señas de identidad mientras don Miguel lo mira todo desde su pedestal, sin cuerpo, con una mirada oblicua, la mirada del mar. No todas las personas que se introducían por la boca del Metro, o bien se dirigían a la Plaza Nueva a degustar sabrosos pinchos o quienes estaban pensando en la sede de Euskaltzaindia lo entendían.
Así que no he tenido más remedio que subir –huyendo- las escaleras de Mallona y he contemplado los ojos del mar que sonreía –que reía como la mar ante la vaca-, presenciando las procesiones laicas de un Bilbao tolerante y plural, y las procesiones religiosas de un Bilbao plural y tolerante. Tras esos ojos “azul Bilbao” apenas he podido contemplar desde la basílica el puente de la Salve, allí donde los marineros cantaban a la Virgen de Begoña en acción de gracias por haber llegado. Y es que los nuevos marineros ya no vienen del mar, y sólo se consideran a salvo cuando el Guggenhein doblega la mirada del mar e intenta nadar sobre ella. Pero nadar sobre una mirada es como adentrarse en el museo de Bellas Artes y sentir la misma presencia, dos ojos gemelos, antiguo y moderno, que entienden esa mirada, o al menos saben oír el ruido de las olas, desde esa caracola particular que es el arte, y en la que el palacio Euskalduna también quiere mecerse.
“No nada la vaca ni vuela;/ mira la mar, respira aire del cielo/ y pisa el suelo/”. Y los versos de don Miguel me llevan al Corte Inglés, al BBVA, a la BBK, a las torres de Izozaki, a la Universidad de Deusto, a los nuevos proyectos urbanísticos por donde la vaca pisa el suelo, y se ríe sin saber mirar al mar.
Tras unos instantes de desconcierto vuelve a surgir el mismo estremecimiento al bordear la ría. “La mar no nada ni el cielo vuela;/ sobre la tierra se apoya la mar;/ sobre la tierra la mar y el cielo;/ es su volar/”. Termina diciendo don Miguel. Y tras estas palabras compruebo cómo todo queda en su sitio. Todo sobre la tierra. Elevo la mirada y veo las montañas que rodean la ciudad, Ganguren, Pagasarri, Artxanda, como si abriesen el terreno con sus manos infantiles para que el mar entre hasta allí por la ría, que ahora está comenzando a nadar, a volar hacia el mar, con más oxígeno y más vida, mientras el arco cercano del campo de San Mamés quiere convertirse en arco iris, pero se conforma con el rojo y el blanco, en un alarde muy bilbaino.
Y volando, volando, entre los fuegos artificiales de las fiestas, los conciertos multitudinarios de verano, tú sí, tú no, se aúnan en un grito de nostalgia y sobresalto don Diego Lopez de Haro y el poeta Gabriel Aresti, con sus placas en calles e institutos, con su eterna discusión si es el mar quien mira a la vaca o es la vaca quien mira al mar.
José Serna Andres 2007-06-29