Surcos
El hambre,
la pena de muerte, la guerra, la indiferencia... abren surcos de lágrimas en los rostros de quienes sufren en la Tierra. La amistad, la ternura, la sed de justicia y de infinito abren surcos en el mar y tejen la maraña de nuestros sentimientos. Abrir surcos en la arena, sembrar semillas de esperanza... es la tarea pendiente, la sed que orienta este libro. |
Leí el poema Oda marginal en el encuentro Escritores de Bilbao por Ciudad Juarez.
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En este primer poemario vuelven a asomar, si acaso esta vez más aquilatados por el lenguaje del verso, parecidos guiños y latidos sobre los temas y obsesiones que asoman en cuanto escribe, ya sean libros o artículos en prensa: el surco, el viaje, la arena, la orla, la piedra..., que no son otra cosa que imágenes alusivas a las grandes lacras sociales unas veces, y a la esperanza del cambio y de la redención otras muchas. Despunta entre todas ellas la presencia de la muerte, no como algo inevitable sino como tránsito necesario y liberador o, por decirlo con sus palabras, como surcos que nos hacen llorar o nos sacian la sed a la que alude el libro ( y ahí aparece el componente de la fe de quien escribe, pues la obra, como su autor, tiene mucho de religioso). Hay abundantes imágenes, muchas de ellas en forma de aforismos (Hasta la roca desértica/ puede reflejar el sol), la importancia de lo pequeño en ese niño que no conoce el beso, la manipulación de la verdad, que por un voto pasa a ser mentira, la esperanza a toda costa (Aun después de la noche más negra / amanece)... Uno puede encontrar paralelismos becquerianos cuando nos habla del amor (El amor, ¡ay...! / el amor se oculta / entre tantas idas y venidas) o mordacidad brechtiana cuando habla del entorno de los otros (Preguntad a la Estatua de la Libertad si va a amanecer mañana...). Que a nadie extrañe tanta figura bíblica en el libro de un creyente (Ha entrado Caín por la ventana de la televisión y no quiere irse...). tanto dolor entre líneas en quien mira los alrededores con ojos de cronista (Soy un ser que abre sus branquias / al agua salada del sufrimiento ajeno / y en un acto de solidaridad / acuno el arco iris...), tanta bondad en un hombre de ademanes machadianos (Me he decidido a seguir navegando en el océano bravío de las desdichas...), tanto amor en un esposo y padre enamorado que sabe que en cualquier momento van a morir sus besos, de un rebelde que se niega a admitir que no sigan vigentes los grandes sentimientos ( No es posible que se haya roto el último eslabón de la ternura)...
En fin, uno tiene la sensación de que el autor de estos poemas, el mismo que escribe y dice lo que piensa en sus clases o en sus crónicas escritas, ha querido aprisionar las grandes palabras como el amor, la solidaridad o la libertad en un cofre, a sabiendas de que no hay otro mejor que el de la poesía, por lo que ésta tiene de alusión, de sugerencia; porque hay cosas, como la fe, que son inefables y sólo con la palabra poética pueden insinuarse.
Seve Calleja
En fin, uno tiene la sensación de que el autor de estos poemas, el mismo que escribe y dice lo que piensa en sus clases o en sus crónicas escritas, ha querido aprisionar las grandes palabras como el amor, la solidaridad o la libertad en un cofre, a sabiendas de que no hay otro mejor que el de la poesía, por lo que ésta tiene de alusión, de sugerencia; porque hay cosas, como la fe, que son inefables y sólo con la palabra poética pueden insinuarse.
Seve Calleja